Así debemos empezar a hablar quienes no somos partícipes de la euforia colectiva que se ha desatado en Aragón como consecuencia de la probable presentación de la candidatura de Zaragoza-Pirineos a las Olimpiadas de invierno de 2022. La ilusión mostrada por tantas personas relevantes de la vida económica, social y cultural de Aragón nos hace pensar que algunos no hemos sabido apreciar las bondades de un evento tan singular. Nos gustaría ser como quienes aplauden la iniciativa pero, por lo que parece, no hemos conseguido adherirnos a esa corriente unánime, cercana al pensamiento único, lo cual nos ha impedido superar la tendencia de cenizos que se dice que tenemos alguna gente de por aquí.
Hay que pedir disculpas por entender que son imposibles grandes obras de infraestructuras o urbanizaciones diseminadas por los Pirineos sin vulnerar la esencia de la montaña. Sin duda, nos han puesto en guardia al mentar los Pirineos y mezclarlos con el olimpismo. Ambos asuntos contienen rasgos singulares pero combinados sugieren graves incógnitas. No se habla de cualquier sitio; son los Pirineos, conjunto de enclaves ecológicos que para algunos de nosotros son santuarios de biodiversidad, de riqueza etnográfica. Quizás no nos ilusionamos porque imaginamos concentraciones masivas de personas y actividades lúdicas en lugares frágiles, que debemos preservar en condiciones tales que permitan seguir siendo un argumento identificativo de Aragón. Nos asustan los eventos deportivos efímeros que no construyen entramado social y, puestos a gastar dinero, apostamos por los apoyos continuados al deporte de base, a colectivos que luchan por mantener encendida la llama de la formación personal a través del deporte, esa que nunca se apaga como le sucede a la olímpica.
Es positivo que haya noticias de este estilo, cuando se tambalean las expectativas de trabajo de tanta gente; cuando parecía que ya no había futuro surgen unos horizontes de bienestar. Nuestros dirigentes hacen bien en generar ilusión colectiva. Sin embargo, quienes apoyan y postulan el evento olímpico han de estar atentos para no disipar sus energías en estos actos y olvidar las pequeñas actuaciones que dan sentido a la vida cotidiana de muchas personas. Los réditos del mercantilismo olímpico pueden distraer las buenas intenciones de nuestros dirigentes; ya ha sucedido en otros lugares.
Queremos también excusarnos por dudar de que exista nieve, elemento necesario para ese deporte tan singular. No está plenamente asegurado, aún en el supuesto de que se mantengan las condiciones climáticas actuales, que haya nieve en cantidad y calidad suficiente para celebrar pruebas olímpicas. Si se da el caso de que el tiempo no siga una programación adecuada, nos asustan las maniobras que se podrían llevar a cabo para lograrla.
Nos cuesta ver los ingentes rendimientos económicos que dicen va a traer para todo Aragón. Dando por supuesto que se contará con una cuantiosa contribución del Gobierno central, será necesario aportar más dinero a lo largo de todos estos años para el diseño, promoción, apoyos, etc., por parte del ejecutivo aragonés o de los municipios implicados. Si viene en forma de asignación en los presupuestos ordinarios puede aminorar partidas dedicadas a otros fines; si se busca en créditos extraordinarios puede hipotecar actuaciones futuras.
Hemos de pedir perdón porque no distinguimos quiénes serán los beneficiarios reales. Pensamos en las gentes de la montaña, que arrastran muchos intentos fallidos con las candidaturas de Jaca, y nos gustaría que sus pueblos no muriesen, que tuviesen un crecimiento demográfico asegurado, que mejorasen sus servicios sociales. Mucho nos tememos que si se celebrasen los Juegos, los rastros en el territorio natural y en el entramado social fuesen mayores que los beneficios económicos que pudieran acarrear a largo plazo.
También hemos de reconocer que sentimos envidia por la unanimidad que ha suscitado esta iniciativa, cuando muchas otras con alta carga social y ambiental necesitan una acción persistente para conseguir unas pocas adhesiones. Sin duda, quienes impulsan éstas no aciertan al presentarlas a la opinión pública.
Todo lo anterior no es sino una forma de justificar nuestras incertidumbres, una disculpa por no encontrarnos en la mayoritaria tendencia de opinión.
Hay que pedir disculpas por entender que son imposibles grandes obras de infraestructuras o urbanizaciones diseminadas por los Pirineos sin vulnerar la esencia de la montaña. Sin duda, nos han puesto en guardia al mentar los Pirineos y mezclarlos con el olimpismo. Ambos asuntos contienen rasgos singulares pero combinados sugieren graves incógnitas. No se habla de cualquier sitio; son los Pirineos, conjunto de enclaves ecológicos que para algunos de nosotros son santuarios de biodiversidad, de riqueza etnográfica. Quizás no nos ilusionamos porque imaginamos concentraciones masivas de personas y actividades lúdicas en lugares frágiles, que debemos preservar en condiciones tales que permitan seguir siendo un argumento identificativo de Aragón. Nos asustan los eventos deportivos efímeros que no construyen entramado social y, puestos a gastar dinero, apostamos por los apoyos continuados al deporte de base, a colectivos que luchan por mantener encendida la llama de la formación personal a través del deporte, esa que nunca se apaga como le sucede a la olímpica.
Es positivo que haya noticias de este estilo, cuando se tambalean las expectativas de trabajo de tanta gente; cuando parecía que ya no había futuro surgen unos horizontes de bienestar. Nuestros dirigentes hacen bien en generar ilusión colectiva. Sin embargo, quienes apoyan y postulan el evento olímpico han de estar atentos para no disipar sus energías en estos actos y olvidar las pequeñas actuaciones que dan sentido a la vida cotidiana de muchas personas. Los réditos del mercantilismo olímpico pueden distraer las buenas intenciones de nuestros dirigentes; ya ha sucedido en otros lugares.
Queremos también excusarnos por dudar de que exista nieve, elemento necesario para ese deporte tan singular. No está plenamente asegurado, aún en el supuesto de que se mantengan las condiciones climáticas actuales, que haya nieve en cantidad y calidad suficiente para celebrar pruebas olímpicas. Si se da el caso de que el tiempo no siga una programación adecuada, nos asustan las maniobras que se podrían llevar a cabo para lograrla.
Nos cuesta ver los ingentes rendimientos económicos que dicen va a traer para todo Aragón. Dando por supuesto que se contará con una cuantiosa contribución del Gobierno central, será necesario aportar más dinero a lo largo de todos estos años para el diseño, promoción, apoyos, etc., por parte del ejecutivo aragonés o de los municipios implicados. Si viene en forma de asignación en los presupuestos ordinarios puede aminorar partidas dedicadas a otros fines; si se busca en créditos extraordinarios puede hipotecar actuaciones futuras.
Hemos de pedir perdón porque no distinguimos quiénes serán los beneficiarios reales. Pensamos en las gentes de la montaña, que arrastran muchos intentos fallidos con las candidaturas de Jaca, y nos gustaría que sus pueblos no muriesen, que tuviesen un crecimiento demográfico asegurado, que mejorasen sus servicios sociales. Mucho nos tememos que si se celebrasen los Juegos, los rastros en el territorio natural y en el entramado social fuesen mayores que los beneficios económicos que pudieran acarrear a largo plazo.
También hemos de reconocer que sentimos envidia por la unanimidad que ha suscitado esta iniciativa, cuando muchas otras con alta carga social y ambiental necesitan una acción persistente para conseguir unas pocas adhesiones. Sin duda, quienes impulsan éstas no aciertan al presentarlas a la opinión pública.
Todo lo anterior no es sino una forma de justificar nuestras incertidumbres, una disculpa por no encontrarnos en la mayoritaria tendencia de opinión.
Carmelo Marcén Albero
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