jueves, 8 de abril de 2010

LA HUERTA DEL TESORO

Zaragoza, como cualquier otra ciudad, parece estar llena de cosas. Y su entorno rural, por contraste, pudiera dar la impresión de no ser más que un "desierto" sin elementos de interés. Pero nada más lejos de la realidad. La huerta de Zaragoza esconde un valioso tesoro diseminado entre cañas, acelgas y borrajas. Y no es otro que su paisaje, resultado de la relación entre un singular entorno natural y una intervención humana continuada en el tiempo. Una parte insustituible de ese paisaje la constituyen en primer lugar sus propios protagonistas, los hortelanos, pero tampoco deben menospreciarse las acequias y las torres pues son las huellas materiales más visibles de una herencia milenaria en grave peligro de desaparición o deterioro.

Vista aérea de la huerta de Movera. Fuente: SITAR
Las torres

Las casas de labor que salpican el regadío tradicional en Zaragoza y su entorno reciben el nombre de "torres" y son la última muestra de un hábitat disperso que floreció de manera excepcional en un territorio caracterizado por la presencia de densos núcleos urbanos. Algunas de ellas son de origen medieval, otras fueron grandes casonas de los siglos XIX y XX, y la gran mayoría no dejan de ser sencillas construcciones de arquitectura popular. La destrucción de estos edificios tampoco es ninguna novedad. Ya la urbanización de la huerta de Santa Engracia para la Exposición de 1908 supuso la desaparición de algunas de esta torres. Otro número considerable fue engullido por el rápido avance de la ciudad consolidada y otras, como las que se ubicaban en el meandro de Ranillas, continúan desapareciendo en la actualidad.

Por parte del ayuntamiento solo han recibido cierto grado de protección la Torre de Santa Engracia en Movera, en la que se llegó a especular con la instalación de algunas dependencias de la Universidad San Jorge, y la Torre Genoveva en Juslibol. La iniciativa privada, por su lado, ha conseguido rehabilitar algunos ejemplos para nuevos usos como la celebración de eventos o las actividades educativas en San Juan de Mozarrifar y Miralbueno respectivamente. La propia Gerencia de Urbanismo no parece albergar gran inquietud por esta situación a pesar de que el Plan General de Ordenación Urbana prevé la realización de "un inventario de la edificación tradicional en el suelo no urbanizable del término municipal" a partir del que "podrá establecerse un catálogo de los edificios que en su caso deban ser objeto de especial protección". A día de hoy este inventario no se ha realizado ni se tienen noticias de que vaya a elaborarse en un futuro inmediato.

Obras de construcción del 4º cinturón en Santa Isabel

Frente a esta inercia, determinados actores de la sociedad civil no acaban de quedarse conformes. Ángel Tomás es miembro de APUDEPA y ha dedicado muchos esfuerzos a divulgar los valores de las torres en el entorno de Monzalbarba. Está convencido de su gran importancia ya que "son una forma de vida que está a punto de extinguirse y han creado un paisaje cultural repleto de historia". Al preguntarle sobre qué opciones hay para conservar o poner en valor este patrimonio se le escapa un sentido suspiro, "es un asunto difícil, tendría que haber ayudas económicas para las torres que estén habitadas, y las instituciones podrían conservar algunas muy significativas, pero lo primero sería hacer un inventario y después que algún organismo independiente decidiese cuáles tienen mayor valor. Desde las asociaciones de defensa del patrimonio solo nos queda denunciar e intentar llegar a la gente, sensibilizar a la sociedad".

Las personas que habitan estas casas de campo todavía reciben el apodo de "torreros" y entre ellas, además de que no son muchas, cunde cierta desesperanza. Henri Bourrut es uno de estos torreros del barrio de Montañana y también opina con escepticismo: “ahora, los propietarios de torres que queremos conservar este patrimonio recibimos la misma consideración que si se tratase de una de las muchas segundas residencias construidas en los últimos años que no tienen ningún interés arquitectónico. Una posibilidad para intentar cambiar esta tendencia sería crear una asociación de propietarios y amigos de las torres”.

Las acequias

La puesta en regadío del árido entorno de nuestra ciudad fue fruto de un proceso que duró varios siglos. El historiador turolense Julián Ortega ha investigado sobre el origen medieval de las acequias zaragozanas y, aunque muchas de ellas pertenecen a la etapa andalusí, ha comprobado que uno de sus momentos de mayor expansión se produjo en el siglo XII ya bajo el poder de la monarquía aragonesa. Esta gran antigüedad les otorga a las acequias, según el historiador, un valor inigualable: "las acequias tradicionales están bien testadas ya que llevan más de ocho siglos a prueba, yo las comparo con relojes de precisión en los que si algo falla todo se descuadra". Y es que las acequias son asimismo el soporte de una compleja tradición de reparto del agua mediante turnos de riego o "adores".

Acequia de Urdán en Movera

En la actualidad, las actuaciones de mejora en esta red de acequias suelen consistir en sustituir completamente el cajero de tierra por una canalización de cemento, por lo que desde una sensibilidad conservacionista se les acusa de causar graves afecciones al paisaje y también a sus valores naturales como auténticos corredores verdes. Para quienes trabajan día a día en la huerta, por el contrario, la visión de las acequias tiene un cariz más funcional. Manuel Calle, presidente de la Asociación de Hortelanos de Zaragoza, relata cómo en la actualidad “las acequias tienden a hacerse de cemento y eso es un gran avance porque se pierde muchísima menos agua y además ya no hay que limpiar las orillas”.

Desde la Universidad de Zaragoza, por último, la catedrática de Geografía Luisa María Frutos es una de las voces críticas con esta situación: "se dice que al encementar las acequias se reducen las pérdidas de agua, pero ese agua no se estaba perdiendo, lo único que ocurría es que iba a otro lado". La misma catedrática, experta en estudios agrarios, concluye que "en el entorno de Zaragoza no se ha hecho ningún estudio en profundidad sobre el paisaje de huerta que rodea la ciudad".

El tesoro de nuestros vecinos

En la vecina Comunidad Valenciana, la construcción análoga a nuestras torres recibe el nombre de alquería, pero al contrario de lo que sucede en nuestra ciudad, su conservación y rehabilitación suele ser motivo de trifulca política entre los grupos popular y socialista del consistorio valenciano. Además, la Generalitat Valenciana tiene muy avanzando el ambicioso Plan de Acción Territorial de Protección de la Huerta de Valencia, en el que se reconoce el interés ambiental, paisajístico y cultural de este entorno para promover medidas innovadoras como la potenciación de una marca hortofrutícola de calidad o la reversión en la huerta de las externalidades que genera mediante el pago a los hortelanos comprometidos con criterios de respeto ambiental y patrimonial.

Félix A. Rivas. Técnico en Patrimonio Cultural

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