Uno es de los que piensan que las viviendas son para que vivan las personas. Puede parecer una obviedad, pero en este mundo en que lo inmobiliario está más vinculado que nunca a la financiación municipal o, directamente a la inversión especulativa, no está de más recordar para qué sirven las casas. Por eso, cuando el Ayuntamiento avisa de que se le acaban las reservas de VPO me pregunto por los motivos de la alarma. Más que el agotamiento de la oferta de pisos protegidos, me temo que la preocupación obedece a que en poco tiempo el Ayuntamiento se quedará sin opciones para meter gasolina a sus presupuestos.
Fruto de la estrategia de permutas y ventas masivas de suelo que han dominado la política urbanística durante los últimos diez años, cada vez hay menos opciones para hacer caja. Y para que la máquina no se pare, los munícipes alimentan el sempiterno debate de que es preciso recalificar en la carretera de Huesca, en la huerta de Las Fuentes o donde sea. Vamos, el urbanismo de siempre. Aferrarse al ladrillo para financiar a los ayuntamientos es una huida hacia adelante que, a largo plazo, tendrá perversos efectos sobre el territorio, el medio ambiente, la movilidad o, incluso, el mercado inmobiliario.
En Zaragoza no son necesarias más casa de las ya previstas, sino nuevas políticas de vivienda. Y un modelo de financiación local que libere a este ayuntamiento y a todos los demás del lastre de vivir del ladrillo.
José Luis Valero/Heraldo de Aragón, 08.ene.2010
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