El 2008 iba a ser el apoteósico arranque de un proceso destinado a convertir a Zaragoza en una ciudad sostenible, europea, atractiva y moderna. Quiere decirse que ahora mismo, la capital aragonesa debía estar lanzando un plan general destinado a rehabilitar e incluso reconstruir las áreas más degradadas de sus barrios tradicionales. Estaríamos poniéndonos a tono con Estocolmo, con Copenhague, con Turín o con Bilbao: participación vecinal, peatonalización, comercio de proximidad, transporte público, recogida selectiva de basuras, zonas verdes, calidad de vida... Tendríamos el tranvía a punto de caramelo, el Espacio Goya, un Teatro de la Ópera, un río recuperado (o en vías de recuperarse), el Centro Nacional para la Investigación del Cambio Climático, un campus de excelencia... El antiguo recinto de la Expo se reutilizaría según lo previsto inicialmente, el barrio del AVE sería la cara más ultratecnológica de Cesaraugusta y la crisis nos estaría golpeando igualmente pero habría una actividad colectiva capaz de hacerle frente.
Lo que ocurre no es exactamente eso; o sea, no es eso (aunque el tranvía esté en marcha y aquí o allá se produzcan pequeños brotes rehabilitadores). En realidad, Zaragoza sigue siendo una ciudad confusa, que crece hacia el exterior sin medida mientras el interior languidece, Sus nuevos barrios en el extrarradio aún carecen de servicios elementales, la movilidad es un problema, el ayuntamiento mantiene su querencia por los convenios urbanísticos, el río es un lugar extraño cuyas arregladas riberas flanquean un caudal repleto de especies alóctonas y embridado por un azud de discutible utilidad. Hay edificios singulares... sin uso. El tranvía llega al fin, pero la eclosión de la bici (a la postre somos europeos) ha desbordado todas las (im)previsiones institucionales. No hay Espacio Goya ni Gran Teatro. No hay barrio del AVE ni nadie sabe nada concreto del Laboratorio Nacional.
Hay demasiados claroscuros y una ausencia de líneas estratégicas impropia de una urbe de setecientos mil habitantes. La desorientación va y viene desde el vecindario hasta el despacho de alcaldía. Muchos zaragozanos siguen anclados en los estereotipos de los sesenta (por eso rechazan el tranvía y ansían calzadas y aparcamientos). La organización de los pequeños comerciantes aspira abiertamente a reproducir los esquemas de las grandes superficies, que, a su vez, se ven cada vez más estimuladas por un modelo de urbanismo que apuesta por la vivienda-dormitorio en áreas exclusivamente residenciales. Se ha extendido el criterio de que para cerrar la ciudad o impulsarla es necesario montar eventos que multiplican los costes objetivos de cada operación. Se plantea una falsa disyuntiva entre el quietismo total y el eventismo absoluto. Rudi contra Belloch otra vez.
Estamos muy confundidos.
J.L. Trasobares/El Periódico de Aragón 15.nov.2009
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